Dominio de Tares Cepas Viejas 2015: cumple quince  años. Lectura: los exiliados románticos 

Tinto Dominio de Tares Cepas Viejas 2015. DO Bierzo. B. Dominio de Tares. 100% Mencía

Ya sabéis de mi debilidad por Dominio de Tares. Me parece que es uno de esos ejemplos a seguir, un modelo de bodega que ha conseguido adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas generaciones y gustos, sin perder ni un ápice de su identidad, de su localidad, de su "sabor a terruño". Complicado equilibrio, cierto es. Ya os hablé no hace mucho de ella con la excusa de una visita a sus viñedos y de la cata de sus novedades, pero hoy no he podido evitar volver a acercarme a su Viñas Viejas, este mencía elaborado con viejas cepas en vaso de más de 60 años (como la de la de la foto) con el que muchos nos introdujimos en el paisaje del Bierzo y con el que seguimos disfrutando, añada tras añada. Hasta quince. Porque, ¡dios! sí, hace ya quince años, quince cosechas, que este tinto nos acompaña. Una fecha  muy cantable, que además, les ha salido redonda, quizá la mejor que haya catado, si hago caso a mi memoria. Así que se merecía un feliz compleaños en forma de...

 

Apuntes de Cata: De vibrante rojo apicotado, lo primero que llama la atención es que, a pesar de su año de crianza en barrica francesa y americana, la madera no sobresale en absoluto. En esta añada 2015 resalta especialmente su elegancia, le ha salido un vino finísimo, largo y perfectamente conjuntado a su enólogo, Rafael Somontes. No voy a hablaros de fruta, especias, tinta china... hoy no. Solo os voy a decir que es esencia berciana bien entendida, y que, tanto si sois habituales del Viñas Viejas como si es la primera vez que oís hablar de él, este 2015 es imprescindible.

 

Cuándo me lo tomo: Desde ya hasta dentro de al menos 5 años estará perfecto.

Cuánto cuesta: 13 euros

Con qué me lo tomo: Yo, este sábado, me tomaré una botella con un buen botillo berciano y muuchos amigos. Mejor, imposible.

Y mientras cato, leo... Los Exiliados Románticos. E.H.Carr. Editorial Anagrama.

Estar casada con un eslavófilo tiene estas cosas. Cuando una estantería de tu casa está completamente dedicada a la literatura rusa y sus satélites, tarde o temprano terminas cayendo en su tela de araña. Y con gusto. Reconozco que Dovstoieski y Chejov son dos de los autores que más me han hecho disfrutar y amar al ser humano. Y es que los rusos tienen el don de saber leer el alma, esa que no cambia a lo largo de los siglos, la que nos une con las generaciones pasadas y tiende el puente hacia las futuras. Y precisamente sobre un puente entre el siglo XIX y el XX trata este libro. Escrito por el genial Edward Hallet Carr, el mayor y mejor historiador de Rusia de todos los tiempos, es un híbrido entre un libro de historia y una compleja biografía sentimental, contado con soltura, encanto y buena pluma. Mucho del mérito lo tienen sus protagonistas... un grupo de intelectuales rusos, exiliados por divergencias con el viejo estado zarista, de los que te enamoras hasta el tuétano. Ellos también se enamoran, contínuamente, que por algo no dejan de ser unos románticos de tomo y lomo. Bakunin, Herzen, Ogarev... fluctúan entre las enseñanzas de Rousseau y las novelas de George Sand, en una travesía llena de marejadas y de amor, a lo grande. Todo ello enmarcado en un momento histórico que fue la semilla de lo que vendría después: la revolución rusa, las guerras mundiales... y el fin del Romanticismo.